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Andrés Roa está llenando los casilleros, los requisitos básicos. Entró bien en Huracán. En una semana, las dos citas con el colombiano habilitan al menos nuestra ilusión temprana.


Sólo una frívola ilusión hoy, nada más, pero indudablemente el 10 entró bien en un equipo que andaba carenciado de atrevimiento y sobrado de obvio.

En San Juan muchos dirán que la jugada que precedió al primer gol fue el anuncio de una buena noche. Y con razón. Ahora, ¿cómo no mencionar su primer berrinche, su primer acto de egocentrismo? Roa baja hasta el territorio de Salcedo, descarga, se desmarca rápido y, a lo Wanchope, gesticula para que todos los abonados al Pack Fútbol sepan lo cabreado que está porque el paraguayo no se la devolvió y prefirió compartirla con Mancinelli. Hay una señal ahí: Roa no está para pasar sin que lo vean.

Al refuerzo que menos tiempo de trabajo en conjunto tuvo se lo vio inquieto y dispuesto a asumir el rol que le demanda su número; derechos y obligaciones de la 10, con un largo camino por recorrer.

Antes y después del disgusto, los buenos pasajes del colombiano coincidieron con los buenos pasajes de Huracán. Usó a Chávez de pívot como nadie desde la reanudación del torneo. El otro Andrés, determinante, sintonizó la frecuencia y juntos generaron lo mejor del Globo.

Tuvo algunos encuentros con Rossi, algunos menos con Garro. Y yendo al estricto pizarrón, podríamos decir que de izquierda hacia el centro, por ahora, parece ser la ruta preferida del 10, que vamos descubriendo con una sonrisa tímida. Señor Roa, bienvenido.

Periodista, ex Olé. El fútbol no es un juego: es todo

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