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Pareciera una burda jugada del destino. Pero escribir de Huracán es, casi por definición, hacerlo desde la angustia y la derrota. Puede sonar pesimista al extremo, pero nadie dudaría en afirmar que así está construida la identidad moderna del club. Y así también está moldeada la identidad de los hinchas.


Podríamos hablar de la humillación del último fin de semana, aunque sería simplista. Es preciso ahondar en los intersticios del presente, cierto. Pero cuando el presente se repite hay que mover el calendario hacía atrás, hurgar para comprender la catástrofe.

La historia -que en Huracán siempre se repite como tragedia- no es estática. Se construye. Y nosotros hace décadas que no la edificamos. Y con la historia están los procesos culturales, que tampoco son estáticos, sino que se aclimatan muy de a poco de acuerdo a las construcciones sociales. En Huracán esos cambios se ven. Porque para los menores de 30 es placentero (ante tanta malaria) cantarles a Ferro y a Banfield “que nacieron hijos nuestros”. Y las dirigencias parecieran ya no ver como algo traumático jugar en la B. O mejor dicho ir por cuatro años en la B.

En Huracán no hay nada de construcción colectiva. Para que se entienda, es como cuando se habla en política de la “antipolítica”, de esa gente que tiene discursos de colores, desideologizados, que sirven para alejar a la gente de todo eso que “es ocupación de los tecnócratas”. Y entonces en el club ya no importa si hay una asamblea, si las cuentas no cierran, si en materia futbolística transitan unos diez entrenadores en poco más de tres años… Y así pasan por la conducción de la institución un abanico de representantes, desde corruptos hasta ineptos. Y la historia continúa. Y la cultura (de la derrota) está dada vez más enquistada.

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